Silvio Rodríguez

martes, 30 de marzo de 2010






Otra vez es domingo, otra vez la entrañable plaza, otra vez la querida compañía, otra vez el amado café, otra vez…tú.

Al tiempo que voy bajando los escalones para llegar al sótano del lugar, me descubro sonriendo, solo, al darme cuenta que ahí estarás, que te veré. Y el simple hecho de saberlo me llena de gusto, y la sonrisa; la sonrisa es involuntaria. Y es porque estás tú.

Llego abajo y lo primero que miro es el mostrador, y sí, ahí estás otra vez, con tu blusa amarilla, tu mandil verde, tu cabello en una ‘cola’ a la mitad, tus jeans gastados, tu cara bonita; sí, ahí estás tú. Y qué gusto verte, y qué sonrisa, sonrisa involuntaria.

Busco entonces el lugar donde me sentaré, junto con mi compañía, querida compañía, a tomarme el amado café, a la charla interesante, a la crítica constructiva, a la que no lo es; a donde te pueda ver allá donde estés tú.

Ahora voy contigo y te pido dos cafés, mokas fríos, en vaso desechable por favor, y tú, esta vez me pides un momento, adoro ver tu comportamiento agitado, apremiante, ajetreado. Tu cabello está despeinado, y me encantan las tiritas del mismo que caen por ambos lados de tu cara, tu cara bonita, que denota la presión de la mucha gente, claro, es domingo y todos queremos café. Y a ti no te importa otra cosa que cumplir, siempre igual, y yo lo disfruto mucho, estoy bien con esto, me gusta muchísimo.

Tomas mi orden, creo mirar una sonrisa, pero no estoy seguro, la alcanzaste a detener; o tal vez si la vi, tal vez no la detuviste a tiempo, tal vez. Me dices que en un momento los traes, yo te digo que sí. Me voy a mi lugar, con mi compañía querida, a esperar mi café amado.

Vigilo entonces la escalera, esperando ver tus ‘Converse’ azules de bota, porque traerás los cafés, los traerás, uno en cada mano. Y ahí están tus tenis, y ahí vienes tú. Y qué gusto me da verte, cuando bajas las escaleras, siempre a prisa, siempre a buen ritmo, aun cargando el café.

Voy por ellos, sin más novedad vuelvo a mi lugar, con gusto, siempre con gusto. Y estoy en la amena charla y allá, trabajando estás tú. Y estás tan indiferente de lo que sucede, que simplemente me encanta. Diligente, ignoras que te estoy observando, quizá ni lo imaginas, quizá nunca lo sabrás…es casi mágico, y me llena saber esto. Y sonrío mucho. Me embriaga mirarte haciendo café, cuando se mueve enérgico tu cabello en ‘cola’ cada que giras tu cabeza, el modo en que viaja de un lado a otro para pararse en seco al chocar con tu sien. Siempre apremiante, siempre dedicada, siempre ajena a mí.

Subes y bajas, bajas y subes, y yo te miro, y me gusta saber que no lo sabes, me fascina. Y te observo subir y bajar, bajar y subir. Me gusta mucho tu andar, siempre a prisa, tu estatura, alta para ser Mujer. Y me gusta mucho tu cuerpo, tus largas piernas, tu cintura, tu espalda, tus caderas, tu contoneo de Mujer, tu condición femenina. Me embeleso con la forma en que te sienta el uniforme, y el mandil que me niega tu figura frontal, y adoro la franja de piel que se ve, entre tus jeans y la blusa amarilla, en tu espalda. Y tus manos cuidadas, tus uñas naturales, tus dedos delgados y largos, como los de un pianista.

Es perfecto. El momento es perfecto, y las condiciones lo son. No me pregunto sobre cómo será tu vida, sobre qué haces de ella, de qué forma la vives; no importa, nunca importa. Solo importa que sea domingo, que la plaza sea aquella entrañable, que la compañía sea muy querida, que ame mi café, y que estés tú, siempre tú.

-Fernando Vidrio; Febrero de 2010-