Silvio Rodríguez

domingo, 11 de abril de 2010

...Gotas de Amor en Septiembre...





No entiendo a la lluvia, es decir, no entiendo bien por qué los días lluviosos me hacen sentir…sentir. Si vivo con las emociones a flor de piel, cuando disfruto de un día lluvioso de Septiembre, éstas se desbordan, sin dar aviso de ningún tipo, sin antesalas ni nada que me avise lo que voy a sentir. Salí al exterior del edificio y una oleada de placer me invadió por completo, fue como si la vida misma me entrara por la nariz, por la boca, por los oídos, por los ojos y por cada uno de los poros de mi piel, me parece mágico ver tantísimo color en los días grises, sentirme tan bien.

Me detengo y respiro profundo, llenando todos los rincones de mi ser con ese aire tan puro y maravilloso, cierro los ojos mientras sostengo la respiración, como si ese aire fuera el último de mi existencia. Una gran sonrisa se me dibuja en el rostro y, al tiempo que voy exhalando, todas las características de nuestra humanidad fracturada se van desvaneciendo, se apagan los ajetreos del trabajo, se enmudecen los ruidos de la ciudad, se borran de mi mente las tareas pendientes, el dinero, las pandemias, hasta los más nimios problemas, incluso se desvanecen las antiguas heridas del alma y del corazón, solo quedamos yo y esa naturaleza tan perfecta, yo y la madre tierra en su agonía, quedamos solo Dios y yo.

Alguien pasa y me saluda apresuradamente, rompiendo el encantamiento en el que me encontraba sumergido pero, para sorpresa mía, no me frustro, incluso le devuelvo el saludo con una alegría a punto de convertirse en euforia, que apenas puedo creer que salió de mi; me doy cuenta de que el sentimiento se quedó conmigo a pesar de la interrupción.
Me pongo en marcha de nuevo con la mirada en el horizonte, y me doy cuenta de que la obscura e imponente silueta del milenario cerro viejo se ha perdido, confundiéndose con los matices grises de este cielo que por hoy ha coronado a mi ciudad. Más a la derecha distingo, a lo lejos, un pequeño grupo de aves volando en su singular formación a considerable altura, se pierden en el fondo para un segundo después reaparecer, y este efecto se repite al ritmo de su aleteo. A pesar de encontrarme en la ciudad, es un fondo digno de un cuadro de Thomas Kinkade. Es fácil sentir la mano de Dios en semejante belleza.

Me siento irremediablemente atraído a la naturaleza, me es inútil siquiera pensar en poner resistencia a las emociones que me provoca cuando me llega tan plena, y me siento realizado. Sé que las impresiones más antiguas en mis genes son las que me reclaman esta libertad que tanto anhelo, estoy seguro porque no podría provenir de ningún otro lado, ya que la razón no encuentra explicación en mi pasado. Me dejo envolver por este sentimiento, las ganas de escapar de este mundo de normas y leyes hacia una libertad no conocida e imposible de describir con palabras, hacen presa a mi corazón y lo estrujan, sacándole las más puras lágrimas de alegría, tan auténtica como la de un niño; ganas de desnudarme por completo de prejuicios, rencores, ansias y dolores y entonces revestirme de Amor, de pies a cabeza de Amor para compartir, Amor por la humanidad, Amor de agradecimiento. Hablar, conocer, reir, sentir, abrazar, besar, saltar, gritar…por todo espacio, por todo tiempo.

La lluvia de Septiembre despierta una nostalgia enorme de Amor en mí, todo en minutos, y me disculpo por irrumpir así en tu cotidianeidad, pero solo he tratado de poner mi sentir en palabras porque, en esta ocasión, este Amor me dominó y me llevó a querer compartirlo contigo.

-Fernando Vidrio; Septiembre de 2009-

domingo, 4 de abril de 2010

Juan Yael






Mañana de Junio mil novecientos noventa,
logra abandonar el vientre materno,
al recibir la luz de momento no despierta,
pero se aferra a la vida,
pues alguien tiene que escribir en su cuaderno

imagina una infancia confusa,
llena de sombras e inseguridad,
donde no hay tiempo, ni risas ni musas,
...deja ya de imaginarla, esto fue una realidad

pero hoy él tiene vida buena,
capaz de provocar envidia,
¿quien no quisiera olvidarse sus penas?
y recordar como ayer las alegrías de 1000 días

Juan nunca será perfecto,
tal vez nunca rico y poderoso,
pero a su modo tiene intelecto,
y llenó con él su corazón tan bondadoso

Juan el de los sueños bellos,
sueños de ternura en su sello,
sueños que nunca serán rotos,
no es hombre de lanza y espada,
pero siempre tendrá, como en la foto,
alguien que lo ame y le guarde la espalda...


-Fernando Vidrio; Abril de 2009-